martes, 7 de junio de 2011

DÍAS DE VINO Y ROSAS (Days of wine and roses)



Director: Blake Edwards

Reparto: Jack Lemmon, Lee Remick, Charles Bickford, Jack klugman, Alan Hewitt, Tom Palmer, Jack Albertson, Debbie Megowan

Año: 1962


Puntuación: 9/10


       Joe Clay es un ejecutivo de relaciones públicas que se ve obligado por sus jefes a organizar fiestas para los diferentes empresarios y sus posibles socios, algo que no le parece su tarea. En una de esas fiestas conoce a la hermosa Kirsten, con la que no confraterniza muy bien, pero que al final acaba aceptando cenar con él. Los dos acaban casados y forman una familia, pero lo que empezó siendo una bella historia se acaba hundiendo cuando Joe se sumerge más y más en la bebida debido a su trabajo, y acaba por arrastrar también a Kirsten. 


     El alcohol nos acompaña en más de una ocasión en esos momentos insoportables donde el ambiente es amargo y la compañía ingrata. Cuando estas situaciones se prolongan casi a diario muchos sólo pueden compensar la pena con unas copas que a la larga puede que se conviertan en el único placer de cada día. Pero la bebida, si se tiene a alguien para compartirla, con quien repartir el mal recibido, sabe mucho mejor, el mundo parece al menos durante la borrachera un sitio más agradable.

    En esta maravillosa película Edwards nos lleva magistralmente a los momentos más felices de una inocente y hermosa pareja, nacida del amor y la pasión, y que se hunde incesantemente en las profundidades del alcoholismo. La entrañable pareja formada por Lemmon y Remick nos deja unas interpretaciones admirables, dando vida a un matrimonio que permanece unido a pasar de saber que poco a poco van cayendo hacia un infierno que puede acabar consumiéndolos a los dos. Ambos acaban sumidos en una dependencia agónica, triste y sombría en la cualquier tipo de whisky o ginebra es válido para dejar de sentir esa gran penuria que asola el mundo.

     Después de ver esta película, tras observar como Remick, tras días sin beber, se remite a volver porque no soporta lo horrendo que es el mundo donde vive, uno se queda petrificado ante la duda de la rendición, por un instante acabas en la piel de esa mujer preguntándote hasta qué punto su razonamiento es correcto, sino es mejor dejarlo, dedicarse a otra cosa y perdernos en nuestro propio infierno, resignados a esperar la muerte lo más drogados e inconscientes posible. Al momento uno decide que la opción de Lemmon es mejor, ya sea con hija o no, el clavo ardiendo siempre es mejor que nada. 

     Esta melancólica historia hace que la próxima vez a la que te enfrentes a una copa te asegures de que no es para mirar directo al abismo, sino para disfrutar junto con otras buenas cosas el sabor de un momento relajado. Apaciguar la tristeza sólo con alcohol puede que sea el inicio de una larga caída, pero sí es un buen acompañante de los buenos tiempos, en días de vino y rosas.

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