lunes, 3 de octubre de 2011

OJOS SIN ROSTRO (Les yeux sans visage)



Director: George Franju

Reparto: Pierre Brasseur, Aida Vali, Juliette Maynel, Edith Scob, FranÇois Guérin,

Año: 1960


Puntuación: 7,5/10





      Un doctor, experto en cirugía plástica intenta recomponer la cara de su hija totalmente destrozada en un accidente de tráfico, por el cual él se culpa. Para ello, secuestra mujeres de aspecto facial semejantes a ella y experimenta con la piel sus caras sobre la cara de su hija, a costa de la vida de sus víctimas.


       Con la nueva película de Almodóvar en la cartelera, director de gran poder mediático que convierte cada uno de sus estrenos en un evento promocional único, conviene saber algunas cosas de este nuevo resurgir del director español, que adapta su cine al género de thriller de terror, aún no explorado por el manchego. Lo primero es saber que guión es una adaptación de la novela "Tarántula", de Thierry Jonquet. Lo segundo es que esta novela tiene una adaptación previa de los años sesenta, que es este "Ojos sin rostro" de George Franju, que podemos encuadrar dentro de aquella extraña e influyente corriente del cine francés, la "Nouvelle vague".

      No se trata de arrebatarle originalidad al director de la excelente "Volver", ya que siendo adaptación u original seguro que el director a impregnado, para bien o para mal, de su esencia toda la película (y lo digo además sin a ver visto todavía "La piel que habito"). Sin embargo, a la hora de hacer una crítica de la película debemos tener en cuenta antiguas versiones o adaptaciones que puedan dar un punto de vista de diferente. Al igual que comparamos "Scarface: el terror del hampa" con "El precio del poder", debemos hacer lo mismo con las otras. Más, si es una versión tan genial y olvidada como esta.

    Rodea a esta curiosa película una atmósfera enfermiza, un ambiente siniestro y penumbroso que recuerda al conseguido por el genio Fritz Lang en "M". Sin apenas música de fondo, asistimos a los atroces intentos de un experto cirujano por recomponer el rostro de su hija. Bajo una técnica impecable para la época, la cámara nos muestra la minuciosa operación realizada sobre una de las víctimas con gran precisión e inusitada sangre y perfeccionismo. 

    Sólo esa escena macabra se muestra en toda la película. El resto se lo dejamos a nuestra mente, que fluctúa sobre nuestra moral haciéndonos pensar en lo que acabaríamos siendo capaces de hacer bajo la influencia de la culpa más extrema, explorando la mente perturbada del doctor que protagoniza esta historia de tergiversación de los sentimientos. 

   La culpa trasciende hasta la hija del psicópata, atormentada por la falta de rostro, la visión de su cara frente a cualquier espejo o superficie refractaria le provoca el más profundo de los dolores. Sólo bajo el escondite de su cuidada máscara es capaz de sobrevivir durante unos minutos en la realidad de su casa. Como una bestia encerrada en su castillo, la mujer sin rostro permanece a la espera de que su obstinado padre obre el perverso milagro de recomponerle su maltrecha piel, hasta que su propia culpa empieza a despejar su atormentada mente, entendiendo que su existencia se ha desvanecido completamente del mundo. La máscara consigue que sólo sus ojos expresen la mayor tristeza del mundo. 

    Tétrica y poética a la vez, relata con veracidad y original ambientación la imposible lucha entre la belleza y el sentido común, la frustración de perder aquello que contiene nuestro mayor símbolo de identidad, aquello que nos hace físicamente nosotros. 

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