martes, 1 de febrero de 2011

GOYA AL MEJOR CORTOMETRAJE DE FICCIÓN


Ya están aquí festivales y galas de premios de todo tipo para otorgar galardones a lo más granado de 2010. Sundance, los Bafta, los Goya, los Oscar… Una orgía de premios y premiados que pronto verá su fin pero que, mientras tanto, inundan prensa y carteleras.
En esta entrada me voy a quedar en los premios de casa, en los Goya. Se me antoja complicado elegir una favorita para el premio gordo; creo que en esta edición el nivel está muy, muy alto. Pero, quien más quien menos, todos conocemos las cuatro candidatas al Goya a la mejor película de 2010. Por ello, voy a girar la vista a un premio más humilde, de corta repercusión y duración. El Goya a mejor cortometraje de ficción.
El nivel no es, lamentablemente, de la talla de películas como También la lluvia o Buried. Pero hay cosas interesantes que merecen la pena ser vistas y que anticipan buenos modos y buenas ideas de los que el día de mañana serán los nominados en categorías más importantes.

UNA CAJA DE BOTONES (María Reyes Arias)
Una madre hospitalizada, un padre camarero, un hermano mayor todavía en la escuela… la vida de la niña protagonista de Una caja de botones no es sencilla. Y mucho menos en Navidad, cuando los Reyes Magos irrumpen las casas de todos. O, al menos, de casi todos. A Irene los Reyes no han podido traerle lo que ella había pedido, así que su padre, Andrés, se verá obligado a contarle la verdad acerca de esos señores que vienen de Oriente y la relación que los padres guardan con todo ello. “Cuando te pregunten en la escuela qué te han regalado, contestas: una caja de botones para los preguntones”, dice Andrés a su hija.
La idea de inicio es buena, pero Antonio de la Torre en el papel del padre y la imaginación de la niña ante tan dura situación son lo poco que podemos salvar de este trabajo. Los dos niños parecen estar actuando en la obra del colegio. Los diálogos suenan a rancio e incluso el montaje de la cinta chirría en más de una ocasión. Se trata, desde mi punto de vista, de la opción más pobre de las cuatro.

ADIÓS PAPÁ, ADIÓS MAMÁ (Luis Soravilla)
Sole prepara la cena a su marido mientras esperan a que su hijo llegue del trabajo. Una madre controladora, un padre de Marca y mando a distancia y un hijo, de cierta edad ya, que ha sido ascendido ese mismo día en el trabajo y está dispuesto a comunicar a sus padres que se va a vivir con su novia.
Adiós papá, adiós mamá es lo más parecido a un chiste que se ha llevado a una pantalla. Si por chiste entendemos una historia narrada con el fin de que, en determinado momento, un golpe de efecto provoque la carcajada del respetable (aunque en este caso sólo queda la intención de provocar tal cosa). Aunque por chiste podríamos entender también la aparición de Miguel Ángel Muñoz en escena, el hijo de la pareja. Pretende hacer creer que no es muy listo, que el poder controlador de su madre no le ha preparado lo suficiente para la vida. Probablemente trabaje como empleado en un MacDonalds o de guardia de seguridad del Carrefour. Aunque lo cierto es que no cuela. El intento se queda en ridículo, tanto como una supuesta barriga cervecera provocada no por dicha bebida alcohólica, sino por, probablemente, uno de los cojines del sofá del lugar en donde se rodaba la secuencia y que alguien creyó oportuno incorporar a la trama. Lo positivo, unos padres que sí son creíbles, que provocan, aunque no esa carcajada, sí una sonrisa, lo cual es, visto lo visto, un clavo ardiendo al que agarrarse.

ZUMO DE LIMÓN (Jorge Muriel, Miguel Romero)
Con este cortometraje el nivel se incrementa en cierta consideración. Narra la historia de una abuela que, tras quedar viuda, ve cómo su vida cambia por completo. Lo cual le hace replantearse qué ha hecho en su pasado. Sus relaciones, sus recuerdos, sus miedos…
Qué poderosos somos cuando tenemos la fuerza suficiente, cuando la sociedad nos ve como seres útiles, servibles. Y cómo a veces no sabemos aprovechar esa ventaja. Abusamos del poder (con nuestros hijos, con nuestros compañeros de trabajo…) sin darnos cuenta de que más bien pronto que tarde perderemos ese poder y nos veremos abocados a lo que quienes estuvieron bajo nuestro mandato quieran hacer con nosotros. La protagonista de esta historia no ha sido todo lo buena que podía haber sido, ha ejercido su poder con demasiada soberbia. Ahora, sola, tendrá tiempo para reflexionar sobre lo que ha hecho bien y lo que ha hecho no tan bien. Aunque sus hijos parecen tener muy claro que de lo primero abunda más bien poco.

EL ORDEN DE LAS COSAS (César Esteban Alenda, José Esteban Alenda)
Sin duda, la mejor de las opciones. Al menos, la más original, la que más propone, la que más provoca al espectador. Julia vive en una bañera. Gota a gota ve su vida pasar, una vida que no es ni será nada sencilla, una vida marcada por la mal llamada (ya que las personas no disponemos de género, sino de sexo) violencia de género.
Aunque a veces uno cree que está viendo un anuncio de índole gubernamental y que los personajes secundarios no están del todo bien, lo cierto es que El orden de las cosas propone y propone de forma muy bella en fondo y forma. Su marido busca su cinturón, el cual ya había pertenecido a su padre, a su abuelo… en una más de las metáforas que impregnan el relato. El cinturón como símbolo de poder que se hereda de padres a hijos y que determina el orden de las cosas. Julia ve cómo pasan los años por su marido sin que nada cambie. Sólo su hijo parece comprenderla, aunque eso no es suficiente, por lo que deberá tomar una determinación para escapar de ese sufrimiento.
Un relato precioso, con una más que creíble Manuela Vellés en el papel de Julia y una continua sucesión de bellas metáforas que hacen ver al espectador, en la medida de lo posible, en lo que la vida de muchas mujeres se convierte desde recién comenzados sus matrimonios.

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