viernes, 11 de julio de 2014

EL GRAN HOTEL BUDAPEST (The Grand Budapest Hotel)



Título original: The Grand Budapest Hotel
Duración: 99 min.
Nacionalidad: EE.UU.

Director: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson (Historia: Wes Anderson, Hugo Guinness)
Música: Alexander Desplat

Fotografía: Robert D. Yeoman
Productora:  FoxSearchlight / Scott Rudin Productions / American Paintbrush
Reparto: Ralph Finnes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Jude Law, Adrien Brody, Tilda Swintson, Harvey Keitel

      Gustave H. es el regente de un famoso hotel situado en un país ficticio de Europa central. La vida en el hotel transcurre relajada y tranquila, ajena a los acontecimientos políticos, hasta que la muerte de la rica mujer de Gustave propicia una gran disputa familiar por la herencia de un cuadro de gran valor que llevará a Gustave y a su fiel botones Zero a pasar una gran serie de situaciones fuera de lo normal.



       Los directores como Wes Anderson cosechan amor y odio por partes iguales. Normalmente, presentan una legión fija de seguidores que les proporcionan un cierto éxito asegurado, una banda de "groupies" que siguen ciegamente el montaje de sus escenas, sus sofisticados planos y su humor extraño. Directores como Tim Burton, David Linch, Terry Gilliam o Jean-Pierre Jeunet gozan de similares atributos, forman su propio universo característico lleno de sus propias criaturas, sueños y pesadillas, haciendo de ello un sello genuino que marca sus películas como propias. Esto mismo provoca repulsión en otras opiniones, por lo que al final esta estética característica no permite muchas veces comprobar si lo que estamos viendo tiene calidad o no.

      Una película no deja de ser una de las miles de formas que existen para contar una historia. Ésta puede ser de cualquier tipo, basarse en cualquier fuente y recurrir a cualquier tipo de método o ciencia; la única misión del director es, y será siempre, hacer que el espectador no se levante de la silla, que encuentre la historia atractiva, que la narración provoque múltiples emociones que nos provoquen interés por los personajes y lo que les ocurre. O si no, al menos que provoque la curiosidad suficiente como para llegar al final del metraje. El anterior trabajo de Wes Anderson, "Moonrise Kingdom", hasta donde recuerdo, consiguió llevarme hasta el final, sus trucos usuales me parecieron justificados y hasta cierto punto elegantes, haciendo que una historia más bien simplona me entretuviera. Consigo acabar también "El gran hotel Budapest", no obstante, esta vez con una mayor sensación de cansancio.

   La curiosidad inicial que suscitan todas sus películas se evapora rápido. A la sofisticada presentación inicial no le siguen otras genialidades que impliquen giros de guión, hilarantes momentos de comedia o diálogos brillantes. Los personajes de Anderson están completamente vacíos, sin alma, compuestos de una extravagancia exagerada, marca de la casa, que sin embargo no complementa una cuidada caracterización del personaje. Ante un reparto tan extenso y rico como presenta esta película, uno  espera un buen aprovechamiento de ello, habiendo al menos algún personaje brillante en la historia. Sin embargo, lo más parecido a carisma lo presenta un Ralph Finnes que encarna a un meticuloso director de hotel que sin embargo, y a pesar del esfuerzo de Finnes, no simpatiza con el público ni lo vuelve cómplice de su alocada aventura. Del resto, sólo conforman un gran grupo de "nadies", de pinta  o comportamiento extraños, que no suscitan el menor interés, o cuando empiezan a hacerlo ya desaparecen.

     Cierto es que Anderson siempre presenta una atmósfera única, llena de cierta magia, inunda la pantalla de algún tipo de hechizo que embelesa e invita a seguir viendo la historia, realiza pequeños montajes e inserciones entre medias que le confieren a su narración siempre un estilo definido y reconocible, llamativo para el que lo ve por primera vez y para nada de carácter desagradable como el utilizado por Terry Gilliam. Esto último sigue siendo reconocible en "El gran Hotel Budapest", los fans se verán recompensados al instante, cumple en el aspecto visual con las expectativas. El problema reside en lo que nos cuenta. El director utiliza un gran elenco de actores, como ya dije, y una gran puesta en escena, todo ello para contar una historia vacía, con poco sentido sentido argumental, haciendo pasar a los protagonistas por una amalgama de variopintas escenas que no aportan nada, hacen gracia sólo a veces, y terminan por hacer perder al espectador el hilo de la historia. Anderson además utiliza un contexto bélico en un país ficticio como trasfondo social de la parte dramática de la historia. Pero esta parte al final es anecdótica, sin hacernos saber muy bien si la utiliza con cierto ánimo de denuncia bélica o sólo para dar una salida triste a la alocada aventura del protagonista. El director utiliza una sucesión de extrañas situaciones que pretenden ser desternillantes, pero se quedan en meras tonterías. Tarantino, que hace un cine muy diferente, fue capaz en su última película de añadir una escena a modo de situación estúpida en la que los miembros del Ku-Klux clan debaten si llevar o no las máscaras que hizo la mujer de uno de ellos. Creo que el talento y brillantez desplegados por Tarantino en esa escena merecen más la pena que cualquiera de las escenas supuestamente graciosas de "El gran Hotel Budapest".

     Hace unos días tuve el placer de disfrutar por segunda vez en la filmoteca de Madrid el visionado de "La gran Ilusión", la obra maestra de Jean Renoir. No puedo evitar caer en la maestría de Renoir para abordar con pequeños toques de comedia el drama de los campos de concentración. Esa habilidad, sin necesidad de trucos visuales ni sofisticaciones de ningún tipo consigue de forma mucho más satisfactoria hacer pasar un buen rato al espectador contando una contundente y clara historia sobre la primera guerra mundial. En "El gran Hotel Budapest", Anderson intenta sorprender al público con su particular planteamiento cómico, pero la sensación que me invade al terminar la película es de que, a pesar de disfrutar algunas momentos brillantes de la misma, me han vendido una gran cantidad de humo. Renoir sólo me deja buenas sensaciones.

  
    


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